Mientras la mayoría pide juguetes novedosos y costosos en esta época del año, niños y jóvenes de cinco residenciales públicos que viven asediados por la violencia se unieron ayer en un deseo: que el nuevo año devuelva la paz y la armonía a sus hogares.
“Nosotros queremos que no peleen más. Si nosotros estamos juntos aquí y jugamos, ¿por qué ellos (los adultos) no pueden hacer lo mismo?”, dijo un niño del residencial Jardines de Monte Hatillo, en obvia referencia, no a la mayoría de padres y madres de familia de sus residenciales, sino a los que siembran el terror en su lucha por el control del narcotráfico.
Otro joven, éste del residencial Campo Rico, dijo que los adultos deben “aprender de nosotros los niños, que sabemos jugar y trabajar en paz”.
Los niños de los residenciales Monte Hatillo, Monte Park, Jardines de Country Club, Jardines de Campo Rico y San Martín compartían en lugares comunes, como canchas de baloncesto y parques de pelota. Son amigos. Pero esa relación se interrumpió abruptamente al desatarse “la guerra” entre grupos que operan en el seno de esas comunidades. La guerra entre adultos, de buenas a primeras, les arrebató la seguridad, la camaradería y la tranquilidad.
Hace unos días muchos de ellos encontraron un espacio para el reencuentro en el Taller de Navidad que organiza el Departamento de la Vivienda y el Taller de Fotoperiodismo para menores de los residenciales. Lágrimas y abrazos matizaron el momento en que volvieron a verse.
“El primer día estuvo lleno de lágrimas y alegría”, expresó la directora del campamento, Natalie Gayol. “Nos enteramos que había familias que se separaron y vivían en distintos residenciales y aquí se encontraron primos y amigos que hace tiempo no se veían”, explicó.
“Los talleres han calado hondo en estos niños, la interacción entre ellos mismos ha sido increíble” dijo.
Según Gayol, nadie sabía qué iba a pasar cuando se encontraran, particulamente en momentos en que se ha recrudecido la violencia entre las partes.
En contraste con el ambiente que impera en cada uno de estos “barrios”, los 347 niños y jóvenes entre las edades de siete y 18 años compartieron tranquilamente durante los pasados ocho días en los talleres.
Con plena consciencia de lo que sucede a su alrededor, incluso los más pequeños aseguraron que a través del diálogo se pueden arreglar los problemas que aquejan a su comunidad.
“Hablando todo se arregla”, fue la sugerencia que se repitió entre varios de los niños. Otros opinaron que deberían ser los adultos quienes tomen talleres juntos, con los niños como maestros, para que al verse frente a frente acepten que no son tan diferentes.
Sube en Navidad el riesgo
Las vacaciones de la época navideña son un periodo de alto riesgo para los jóvenes de los residenciales, quienes se “descarrilan” cuando no tienen nada que hacer en sus casas, señaló Thaniana Fuentes, coordinadora del Taller.
“En vacaciones me levanto como a las dos (de la tarde) y veo televisión,” relató Bradley David, uno de los jóvenes del campamento. “Vengo aquí para no estar metío en el caserío. ¿Qué voy a hacer allí?,” añadió.
El campamento les brinda a los jóvenes la oportunidad de participar de diversas experiencias que de otra manera no hubieran tenido. Durante el mismo, los jóvenes no tan sólo aprenden de fotografía y vídeo, sino que también toman clases de computadoras, baile, música, teatro y talleres complementarios como confección de máscaras, caminar en zancos, patinaje sobre ruedas y hasta “surfing”.
Para poder manejarlos, en el campamento se dividieron los participantes en 12 grupos.
La división fue por edades, no por residenciales.
“Al principio mi grupo daba un poco de problemas, (porque) hay muchachos de Monte Hatillo, de Campo Rico, de Monte Park...”, admitió la joven Sonia Ivelisse Calderón. “Pero cuando dijeron que nos iban a dividir empezamos a llevarnos bien, no queríamos que nos separaran y nos pusieran otro líder (encargado),” agregó la joven.
La balacera
Sin embargo, al salir del campamento se enfrentan a la dura realidad de que la violencia sigue siendo parte de sus vidas. Varios de los jóvenes, los más grandes, relataron lo que vivieron en la tarde del jueves pasado, cuando de camino a sus hogares se desató una balacera entre dos residenciales que los obligó a salir de las guaguas y correr a sus casas.
Sonia Ivelisse tuvo que correr con sus dos hermanas menores luego de entrar a Monte Hatillo por la parte de atrás.
“Tomasa (una de las líderes comunitarias) nos dijo que salieramos de la guagua en la luz para entrar al residencial, en la misma 65 (de Infantería)”, relata la joven. En ese momento, los niños más pequeños se encontraban en otra guagua con Sonia González.
Ésta también entró al residencial por la parte de atrás con los niños, se quedó en el apartamento de una vecina y fue enviando a los niños poco a poco a sus casas cuando se calmó la situación.
“¿Qué culpa tienen los niños de lo que hacen los mayores?,” cuestionó González. “Mientras estos pelean y hay problemas con la Autoridad (de Energía Eléctrica), ayer nosotros salvamos 347 vidas,” concluyó.
En otra guagua, que iba hacia Jardines de Campo Rico, se encontraba Bradley, quien narró que varias personas desde un vehículo iluminaron la parte de adentro de la guagua en busca de algún conocido.
“Gracias al campamento no estuvimos en el residencial durante la balacera,” afirmó Ninoshka Sánchez.
“Aquí nosotros no tenemos problemas, nos llevamos bien, por eso no queremos que se acabe. Yo estaría todos los días aquí”, aseguró la joven.
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