El lunes no fue la primera vez que muchos
observaban atentamente, por televisión o en vivo, edificios caer
con el propósito de “atender el problema de la criminalidad”, o
porque es más costoso remodelar que destruir, como fue el caso
de las cuatro torres que componían Las Gladiolas.
Otras comunidades han visto sus condominios convertirse en
polvo, varios con la promesa cumplida de un mejor complejo de
viviendas, pero otros se han quedado con las ganas.
El 17 de diciembre de 2000 implosionaron las dos torres de 18
pisos de Las Acacias, en San Juan, que fueron construidas en
1975 y donde vivían más de 250 familias.
Ahora se hicieron apartamentos tipo walk- ups, que llevan el
nombre de Puerta de Tierra, pero son muy pocos los vecinos
originales que les dieron la oportunidad de regresar.
El solar vacío es lo único que queda luego de la implosión en
mayo de 1998 de los dos condominios de 15 pisos de Berwind, en
Río Piedras.
Los condominios Crisantemos I y II fueron demolidos en el verano
de 1996.
El primero está en el residencial Manuel A. Pérez, en Río
Piedras, donde construyeron apartamentos en edificios de dos y
tres pisos.
El segundo estaba cercano a la Villa Panamericana, que consistía
de 17 edificios, y también fue implosionada en octubre de 1998.
Allí hay un letrero que anuncia la construcción de un centro
comercial llamado Plaza Internacional, donde habrá tiendas como
Nordstrom y Saks Fifth Avenue.
Primera Hora se dio a la tarea de entrevistar vecinos de las
distintas áreas. Algunos están satisfechos con la decisión de
destruir edificios a cambio de mejores hogares, pero otros
lamentan que las promesas de regresar y poder volver a ser una
comunidad no se cumplieron.
Promesa no cumplida en Las
Acacias
Santiago Vázquez dijo, orgulloso, que vivió 16 años en la torre
B, apartamento 402 de Las Acacias, en Puerta de Tierra.
Ahora vive en el complejo de viviendas que se construyó en los
mismos predios, tal como les habían prometido.
No obstante, asegura que regresar a su comunidad fue “por
suerte” y que apenas “dos o tres” les cumplieron la promesa.
Y es que Vázquez perdió su pierna derecha en 1984 y está en
silla de ruedas, por lo que necesitaba un apartamento para
incapacitados y allí había uno disponible.
Recordó que fueron hasta el Tribunal Federal para tratar de
paralizar el proceso. Opinó que “el condominio estaba bien, sólo
era el problema de los tiroteos y eso”.
Fue de los últimos en desalojar. Lo mudaron al residencial
Kennedy, al igual que algunos de sus vecinos, y otros terminaron
en Canales y en Llorens Torres, donde se quedaron.
“Nos hicieron muchas promesas. Nunca trajeron a la gente de Las
Acacias acá. Me trajeron a mí por suerte, porque necesitaba un
apartamento para impedidos y aquí había uno”, expresó Vázquez.
Cuando ocurrió la implosión, “me dio sentimiento y cuando vi la
implosión de Las Gladiolas, pensé ‘nos quitaron Las Acacias de
nuevo’”. El 17 de diciembre de 2000, vio la demolición desde el
muelle 6.
“En parte estoy de acuerdo (con la implosión) porque había mucha
criminalidad. Esto está bonito, pero no se cumplió la promesa de
traerlos. Éramos como una familia. Sólo habemos como dos o
tres”, dijo sobre su hogar en el nuevo complejo de Puerta de
Tierra.
Ahí vive con su sobrino José Román, de 21 años, que nació y se
crió en Las Acacias.
Román coincidió en que “si van a demoler edificios, debe ser
para construir estructuras mejores para los que vivían allí,
pero el Gobierno falló en no traerlos de vuelta”.
Ustedes sí están de vuelta...
Como él dijo, por suerte. Otros no han corrido la misma suerte.
Solar vacío donde estuvo Berwind
Un solar baldío es lo que quedó donde, en un momento dado, hubo
dos edificios de 15 pisos que componían el residencial Berwind,
que fueron implosionados en 1998.
Al lado, quedan dos condominios privados que son físicamente
iguales a los que fueron destruidos, que eran de vivienda
pública.
Una de las residentes de los edificios que todavía permanecen en
el lugar, Apolonia Duarte, no recuerda exactamente por qué los
implosionaron.
“Me imagino que por los revoluces. Estaba caliente, pero aquí en
Puerto Rico no hay nada frío”, dijo Duarte, que vive allí desde
hace 25 años.
Recordó que los desalojaron, pero no sabe a dónde fueron a parar
las familias que vivían allí.
No obstante, no está de acuerdo con las implosiones porque “son
las personas las que somos malas, no los edificios”.
“No ameritaba. Hay muchas personas sin hogar y entonces hay más
deambulantes. Ésa no es la solución”, opinó Duarte.
“Sí amerita si el edificio tiene fallas, pero si se puede
habitar, no está bien porque hay mucha gente sin casa”, agregó.
Su vecina Anastacia Beltrán lleva 20 años allí y recuerda que,
tras la implosión, dijeron que harían un complejo de vivienda
tipo townhouse, “pero no ha pasado nada”.
Destacó que, en un momento dado, hubo rumores de que
implosionarían los condominios donde vive, y que algunos vecinos
dijeron estar de acuerdo.
“Yo, si me dan mis buenos chavos, sí (me voy), pero esto es
privado”, recalcó Beltrán.
En cuanto a las torres que destruyeron, indicó que había mucho
problema de criminalidad en el lugar, con muchos puntos de droga
y guerras de bandos.
No obstante, cuando se le preguntó si ha mejorado la calidad de
vida luego de la implosión, contestó: “Más o menos, pero esto no
hay quien lo pare”.
Positiva la implosión de Crisantemos I
Vecinos del residencial Manuel A. Pérez recuerdan cuando, hasta
1996, había un edificio llamado Crisantemos I, donde vivían
cientos de familias.
Pero los recuerdos no son gratos, según Hermes Casiano y
Heriberto Santana.
Ellos no vivieron en el edificio, pero Casiano recuerda que
“estaban viejos y los ascensores estaban en malas condiciones,
además del problema de criminalidad”.
Dijo que a muchos los realojaron en Prados y Canales.
Relató que grabó la destrucción desde la calle y opinó que
“ameritaba implosionarlo”.
“Mejoró el problema de criminalidad aquí, claro que sí. Porque
es menos gente, se puede controlar mejor”, señaló Casiano.
Crisantemos II cayó un domingo, gracias al poderío de 1,200
libras de explosivos. El edificio de 13 pisos se desmoronó en
unos siete segundos, mientras se daban imágenes como las que se
vieron cuando se implosionó Las Gladiolas: risas, gritos,
lágrimas, rabia y suspiros de muchos. Varias lloviznas
esporádicas aplacaron un poco la polvareda, y dos semanas
después, Crisantemos I caía en medio de un ambiente muy similar,
quedando reducido a unas 20 mil toneladas de escombros. Se trató
de que la seguridad fuera mayor, pero las olas de curiosos no
tardaron en llegar a ver el espectáculo de ingeniería.
Santana era pequeño, pero asegura que “es más tranquilo ahora”,
luego de la implosión.
Lleva 35 años viviendo en el lugar y “yo era chiquito, y
recuerdo que los ascensores estaban dañaos”.
“Hicieron un complejo nuevo bonito y trajeron a muchos de
vuelta. Si lo hacen así en Las Gladiolas, es mejor así. Lo que
hicieron ahora es mucho mejor, valió la pena. A algunos los
trajeron de vuelta y la criminalidad bajó”, manifestó Santana.
De hecho, en el lugar hay un complejo llamado Jardines de la
Nueva Puerta de San Juan con 42 apartamentos y atrás unos
townhouses.
Centro comercial en Crisantemos
II
La criminalidad no mejoró luego de la implosión del edificio
Crisantemos II, en 1996, y todavía está el solar vacío, pero ya
hay un letrero que anuncia la construcción del centro comercial
Plaza Internacional, donde habrá tiendas como Nordstrom y Saks
Fifth Avenue.
No obstante, los vecinos de Villa Prades viven en medio de una
guerra constante entre los residenciales Ernesto Ramos Antonini,
Prado y Sellés.
Carlos Maysonet vive allí desde hace 45 años y dijo que, después
de la implosión, “la calidad de vida sigue igual, con o sin el
condominio”.
Su vecina del lado, Sonia Santana, lleva 56 años allí y su
esposo está incapacitado desde hace 14 años, cuando fue víctima
de varios tiros al ir a comprar leche en el colmadito de la
esquina.
¿Mejoró la calidad de vida después de la implosión?
Ay, mija, es que los residenciales siguen ahí. Si no es uno, es
el otro. Tenemos a Ramos Antonini, el Prado y Sellés y nosotros
estamos en el jamón del sándwich.
Santana destacó que las balaceras son continuas, que sujetos
corren brincando por los techos de las casas y su hogar tenía
marcas de balas que ya fueron tapadas.
Recordó que un día salió un individuo corriendo, pidiendo que lo
dejaran entrar. Entró a casa de una vecina y hasta allí lo
siguieron, y lo mataron en la sala de la casa.
“Después (de la implosión) fue que hubo más (criminalidad)”,
expresó Santana.
“Los criminales, los pongan donde los pongan, siguen y buscan
dónde hacer sus pocas vergüenzas”, agregó.
Recordó que subió a su techo para ver la implosión, que el
edificio estaba “inservible” y que había “mucha droga y
criminalidad”.
Pero no estuvo de acuerdo con la implosión de Las Gladiolas.
“Para mí lo hubiesen remodelado. A muchos les gustaría volver y
es lógico”, añadió, recogiendo el deseo de cientos de familias.
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