La Cara de las implosiones

jueves, 28 de julio de 2011
Por Mariana Cobián / Primera Hora
 

Demolición de edificios ha ayudado a unas comunidades y a otras no



Implosión de Las Acacias el 17 de diciembre del 2000.

El lunes no fue la primera vez que muchos observaban atentamente, por televisión o en vivo, edificios caer con el propósito de “atender el problema de la criminalidad”, o porque es más costoso remodelar que destruir, como fue el caso de las cuatro torres que componían Las Gladiolas.

Otras comunidades han visto sus condominios convertirse en polvo, varios con la promesa cumplida de un mejor complejo de viviendas, pero otros se han quedado con las ganas.

El 17 de diciembre de 2000 implosionaron las dos torres de 18 pisos de Las Acacias, en San Juan, que fueron construidas en 1975 y donde vivían más de 250 familias.

Ahora se hicieron apartamentos tipo walk- ups, que llevan el nombre de Puerta de Tierra, pero son muy pocos los vecinos originales que les dieron la oportunidad de regresar.

El solar vacío es lo único que queda luego de la implosión en mayo de 1998 de los dos condominios de 15 pisos de Berwind, en Río Piedras.

Los condominios Crisantemos I y II fueron demolidos en el verano de 1996.

El primero está en el residencial Manuel A. Pérez, en Río Piedras, donde construyeron apartamentos en edificios de dos y tres pisos.

El segundo estaba cercano a la Villa Panamericana, que consistía de 17 edificios, y también fue implosionada en octubre de 1998. Allí hay un letrero que anuncia la construcción de un centro comercial llamado Plaza Internacional, donde habrá tiendas como Nordstrom y Saks Fifth Avenue.

Primera Hora se dio a la tarea de entrevistar vecinos de las distintas áreas. Algunos están satisfechos con la decisión de destruir edificios a cambio de mejores hogares, pero otros lamentan que las promesas de regresar y poder volver a ser una comunidad no se cumplieron.

Promesa no cumplida en Las Acacias

Santiago Vázquez dijo, orgulloso, que vivió 16 años en la torre B, apartamento 402 de Las Acacias, en Puerta de Tierra.
Ahora vive en el complejo de viviendas que se construyó en los mismos predios, tal como les habían prometido.

No obstante, asegura que regresar a su comunidad fue “por suerte” y que apenas “dos o tres” les cumplieron la promesa.
Y es que Vázquez perdió su pierna derecha en 1984 y está en silla de ruedas, por lo que necesitaba un apartamento para incapacitados y allí había uno disponible.

Recordó que fueron hasta el Tribunal Federal para tratar de paralizar el proceso. Opinó que “el condominio estaba bien, sólo era el problema de los tiroteos y eso”.

Fue de los últimos en desalojar. Lo mudaron al residencial Kennedy, al igual que algunos de sus vecinos, y otros terminaron en Canales y en Llorens Torres, donde se quedaron.
“Nos hicieron muchas promesas. Nunca trajeron a la gente de Las Acacias acá. Me trajeron a mí por suerte, porque necesitaba un apartamento para impedidos y aquí había uno”, expresó Vázquez.

Cuando ocurrió la implosión, “me dio sentimiento y cuando vi la implosión de Las Gladiolas, pensé ‘nos quitaron Las Acacias de nuevo’”. El 17 de diciembre de 2000, vio la demolición desde el muelle 6.

“En parte estoy de acuerdo (con la implosión) porque había mucha criminalidad. Esto está bonito, pero no se cumplió la promesa de traerlos. Éramos como una familia. Sólo habemos como dos o tres”, dijo sobre su hogar en el nuevo complejo de Puerta de Tierra.

Ahí vive con su sobrino José Román, de 21 años, que nació y se crió en Las Acacias.
Román coincidió en que “si van a demoler edificios, debe ser para construir estructuras mejores para los que vivían allí, pero el Gobierno falló en no traerlos de vuelta”.  Ustedes sí están de vuelta...

Como él dijo, por suerte. Otros no han corrido la misma suerte.

Solar vacío donde estuvo Berwind

Un solar baldío es lo que quedó donde, en un momento dado, hubo dos edificios de 15 pisos que componían el residencial Berwind, que fueron implosionados en 1998.

Al lado, quedan dos condominios privados que son físicamente iguales a los que fueron destruidos, que eran de vivienda pública.

Una de las residentes de los edificios que todavía permanecen en el lugar, Apolonia Duarte, no recuerda exactamente por qué los implosionaron.

“Me imagino que por los revoluces. Estaba caliente, pero aquí en Puerto Rico no hay nada frío”, dijo Duarte, que vive allí desde hace 25 años.

Recordó que los desalojaron, pero no sabe a dónde fueron a parar las familias que vivían allí.

No obstante, no está de acuerdo con las implosiones porque “son las personas las que somos malas, no los edificios”.

“No ameritaba. Hay muchas personas sin hogar y entonces hay más deambulantes. Ésa no es la solución”, opinó Duarte.

“Sí amerita si el edificio tiene fallas, pero si se puede habitar, no está bien porque hay mucha gente sin casa”, agregó.

Su vecina Anastacia Beltrán lleva 20 años allí y recuerda que, tras la implosión, dijeron que harían un complejo de vivienda tipo townhouse, “pero no ha pasado nada”.

Destacó que, en un momento dado, hubo rumores de que implosionarían los condominios donde vive, y que algunos vecinos dijeron estar de acuerdo.

“Yo, si me dan mis buenos chavos, sí (me voy), pero esto es privado”, recalcó Beltrán.

En cuanto a las torres que destruyeron, indicó que había mucho problema de criminalidad en el lugar, con muchos puntos de droga y guerras de bandos.

No obstante, cuando se le preguntó si ha mejorado la calidad de vida luego de la implosión, contestó: “Más o menos, pero esto no hay quien lo pare”.

Positiva la implosión de Crisantemos I

Vecinos del residencial Manuel A. Pérez recuerdan cuando, hasta 1996, había un edificio llamado Crisantemos I, donde vivían cientos de familias.

Pero los recuerdos no son gratos, según Hermes Casiano y Heriberto Santana.

Ellos no vivieron en el edificio, pero Casiano recuerda que “estaban viejos y los ascensores estaban en malas condiciones, además del problema de criminalidad”.

Dijo que a muchos los realojaron en Prados y Canales.

Relató que grabó la destrucción desde la calle y opinó que “ameritaba implosionarlo”.

“Mejoró el problema de criminalidad aquí, claro que sí. Porque es menos gente, se puede controlar mejor”, señaló Casiano.

Crisantemos II cayó un domingo, gracias al poderío de 1,200 libras de explosivos. El edificio de 13 pisos se desmoronó en unos siete segundos, mientras se daban imágenes como las que se vieron cuando se implosionó Las Gladiolas: risas, gritos, lágrimas, rabia y suspiros de muchos. Varias lloviznas esporádicas aplacaron un poco la polvareda, y dos semanas después, Crisantemos I caía en medio de un ambiente muy similar, quedando reducido a unas 20 mil toneladas de escombros. Se trató de que la seguridad fuera mayor, pero las olas de curiosos no tardaron en llegar a ver el espectáculo de ingeniería.

Santana era pequeño, pero asegura que “es más tranquilo ahora”, luego de la implosión.

Lleva 35 años viviendo en el lugar y “yo era chiquito, y recuerdo que los ascensores estaban dañaos”.

“Hicieron un complejo nuevo bonito y trajeron a muchos de vuelta. Si lo hacen así en Las Gladiolas, es mejor así. Lo que hicieron ahora es mucho mejor, valió la pena. A algunos los trajeron de vuelta y la criminalidad bajó”, manifestó Santana.

De hecho, en el lugar hay un complejo llamado Jardines de la Nueva Puerta de San Juan con 42 apartamentos y atrás unos townhouses.

Centro comercial en Crisantemos II

La criminalidad no mejoró luego de la implosión del edificio Crisantemos II, en 1996, y todavía está el solar vacío, pero ya hay un letrero que anuncia la construcción del centro comercial Plaza Internacional, donde habrá tiendas como Nordstrom y Saks Fifth Avenue.

No obstante, los vecinos de Villa Prades viven en medio de una guerra constante entre los residenciales Ernesto Ramos Antonini, Prado y Sellés.

Carlos Maysonet vive allí desde hace 45 años y dijo que, después de la implosión, “la calidad de vida sigue igual, con o sin el condominio”.

Su vecina del lado, Sonia Santana, lleva 56 años allí y su esposo está incapacitado desde hace 14 años, cuando fue víctima de varios tiros al ir a comprar leche en el colmadito de la esquina.

¿Mejoró la calidad de vida después de la implosión?

Ay, mija, es que los residenciales siguen ahí. Si no es uno, es el otro. Tenemos a Ramos Antonini, el Prado y Sellés y nosotros estamos en el jamón del sándwich.

Santana destacó que las balaceras son continuas, que sujetos corren brincando por los techos de las casas y su hogar tenía marcas de balas que ya fueron tapadas.

Recordó que un día salió un individuo corriendo, pidiendo que lo dejaran entrar. Entró a casa de una vecina y hasta allí lo siguieron, y lo mataron en la sala de la casa.

“Después (de la implosión) fue que hubo más (criminalidad)”, expresó Santana.

“Los criminales, los pongan donde los pongan, siguen y buscan dónde hacer sus pocas vergüenzas”, agregó.

Recordó que subió a su techo para ver la implosión, que el edificio estaba “inservible” y que había “mucha droga y criminalidad”.

Pero no estuvo de acuerdo con la implosión de Las Gladiolas.

“Para mí lo hubiesen remodelado. A muchos les gustaría volver y es lógico”, añadió, recogiendo el deseo de cientos de familias.