¡Zúmbate!
Por Johnny Torres Rivera


Mi Patio

 

El patio de mi casa  es muy particular.
Se moja cuando llueve como los demás.

Agachate, y vuelvete a zumbar.
Así de mojadito podemos patinar.

H I J K L M N A

Manteniendo el equilibrio
resbalando no caerás.

H I J K L M N A

Si no aprendes como hacerlo
la crisma te romperás.

De entre todas las edificaciones en la calle San Agustín, ninguna gozaba de tanta popularidad entre la muchachada del barrio que el 355 en la parada siete. Ya les contaré al final por qué. Primero conozcamos all edificio y algunos de sus inquilinos.

El edificio

Aún está en pie y sigue luciendo igual que cuando lo construyeron a principios del siglo XX. Tiene un largo zaguán, al final del cual se encuentran las escaleras que dan acceso a dos pisos superiores. Cada piso consta de varios apartamentos individuales, interconectados por su parte frontal a través de un balcón que se extiende de un extremo al otro. Aunque a primera vista no resulta aparente, la estructura asemeja una E. Por estar adosado a edificaciones colindantes esta disposición conformó dos pequeños patios interiores en los planos bajos. Bajo la escalera quedaba un espacio cerrado con una puertecita de madera; "la cobachita"; morada de Monchín el deambulante.

Los apartamentos

La mayor parte de los apartamentos estaban divididos en tres secciones: La sala, un dormitorio con espacio compartido por un baño tan minúsculo que podías hacer "el número uno" o el "dos" y a la misma vez darte un duchazo sentado. Carecían de lavamanos. La "bacineta" se descargaba halando una cadena para que el chorro del agua bajara desde un recipiente colocado a unos seis pies de altura. Para dar por terminados ciertos menesteres se utilizaban páginas de periódicos descartados. El papel sanitario en la "comprita" obtenida en la PRERA, muy bien podía ser utilizado por los ebanistas como papel de lija para el acabado en la confección de muebles. Los chimicuines cantábamos una canción que decía: Cuando vayas a la letrina, no te limpies con papel. Que el papel contiene letras y el c... aprende a leer. Los edificios de apartamentos tenían "toilets" individuales pero no así los viejos ranchones. En aquellos, los huéspedes usaban un pozo séptico comunal. Al fondo del apartamento quedaba la cocina con un fregadero, tan pequeña que al encender la estufa se convertía en un sauna.

Algunos inquilinos

A la derecha del zaguán, y de su misma longitud queda otra edificación de una sola planta perteneciente a la misma propiedad, que albergaba dos apartamentos en ambos lados. En uno de estos vivía Sergio Quijano, con su esposa doña Catín y sus hijos Fafo, Güango, Julia, Lydia y la versión puertorriqueña de Daniel el Travieso: el terrible Carlitos.

Durante todo el año el 355 ofrecía, por medio de sus huespedes,varias atracciones para todos los gustos y edades. Durante el mes de abril el tercer piso se llenaba de niños, que acudían a comprar las famosas chiringas confeccionadas a mano, de doña Panchita. Colín, la "caridura" de Fajardo, era costurera y no necesitaba de una cinta métrica para coser los uniformes escolares, pues se sabía de memoria las tallas de su menuda clientela. Al morir su esposo Abelardo, la soledad secuestró su mente hacia un mundo invisible poblado por íncubos, que durante las noches la atormentaban.

Allí también en el tercer piso tenía mi padre, en un rincón de la sala, su banco de trabajo para reparar radioreceptores y victrolas. Él era oriundo de Arecibo. Teníamos como vecinas a dos féminas, ambas de Ciales, que dormían hasta el medio día y salían a "trabajar" de madrugada en un prostíbulo en la avenida Ponce de León llamado "La Mina". Pedro Padilla, el "güachiman" de la Waterman Co. que vivía en el segundo piso les puso por mote "las Avionetas", y así se quedaron hasta que el status dentro de su antiquísima profesión subió lo suficiente para convertirse en "estatuas del Condado" y más tarde en las estrellas principales del Black Angus de la parada once en Santurce. Pasó el tiempo y lograron su más vehemente deseo; terminar sus estudios universitarios, tras lo cual partieron hacia la "Gran Manzana" en los E.U.A. en busca de un nuevo sueño; el "american dream".

Nuestra otra vecina próxima era mi madrina doña Felícita (Fela), de Mayagüez.  Había pertenecido al gremio de las lavanderas de Puerta de Tierra pero obtuvo un contrato para lavar uniformes con la base naval en la Avenida Fernández Juncos a través de su hijo Saturnino (Satún), quien luego de terminar su servicio militar en la marina continuó como marino mercante.

En el segundo piso vivía Francisco Colón García, el boxeador. También Carlos Martínez, el contable. Y doña Dieguita la beata. Tenía un hijo de nombre Manolito. Flacucho y más jincho que un chayote, rara vez lográbamos verlo o conversar con él, pues no le permitían compartir con lo demás "títeres" ni del zaguán ni del barrio. Estando siempre enclaustrado nunca supimos por qué recibía, casi a diario las, crueles zurras que le propinaba su madre como castigo por sus inmundos pecados.

Papón (Papá Ponce) el anciano, vivía solo. Espantaba al pesado y espeso silencio, opresor de los que viven sin compañía, manteniendo su radio de mesa prendido todo el día; escuchando transmisiones radiales de música criolla. Poseía una amplia colección de diversos juegos de mesa. Siempre retando a quien se le acercara a ganarle jugando tute, dominó, parchís, monopolio, ajedrez, etc. Cada vez que ganaba un juego exclamaba a todo pulmón -  ¡Poooonce !

El primer piso

Y llegamos a la atracción principal del 355. Su zaguán. Esta vez, por lo obvio, no mencionaré nombres. Muy concurrido en ciertos día de la semana por los adultos pues allí estaba ubicada una banca de "bolipúl criolla y tradicional". Los boliteros llegaban con los números "apuntados" y varios testigos oculares. En un "candungo" de mimbre en forma de pera se vertía de un saquito, unas bolitas de marfil numeradas, parecidas al las de billar, pero mucho más pequeñas. La "banquera" le ponía un tapón de corcho y pasando de mano en mano era sacudido vigorosamente. Chas! Chas! sonaba como una maraca,-"Y aquí viene la bolita". El corcho era removido tras lo cual se extraía la primera bola con el primer número. El número era mostrado y "cantado" en alta voz y la bolita colocada en una bandeja ovalada. El proceso se repetía dos veces más hasta completar la cifra de tres dígitos ganadora. Al afortunado poseedor de la "papeleta" premiada se le entregaba su premio contante y sonante al instante.

- ¡La jara, la jara!!! Alertaba el que vigilaba apostado a la entrada del edificio. Al llegar la policía el escenario cambiaba como por arte de magia. En la sala permanecían los más viejos. Los demás corrían a esconderse en el patio interior.
- Hola gobierno. ¿Que les trae por aquí? Sean bienvenidos. Estamos jugando una partidita de Bingo, que como ustedes ya saben, es solo un entretenimiento para matar el aburrimiento y no es ilegal. ¿Gustan de una tacita de café recién colado? Es de mi finquita allá en Jayuya. Los policías miraban aquella reunión de momias egipcias sin proferir ni una sola palabra y luego se marchaban.

Según mencioné, en el primer piso moraba Sergio Quijano, supervisor en la West Indies Oil Co.; Emilio Fuentes, bongocero, trabajaba en la imprenta del periódico El Mundo y William Marchand, hijo del fundador de la lavandería Puerto Rico Steam Laundry ubicada en la parada 4. Ellos eran naturales de Juncos.

¡Qué mescolanza de personalidades tan dispares en esa vecindad, verdad?

¡Zúmbate!

La superficie del patio o zaguán era inclinada, y a pesar de ser en concreto los albañiles que la construyeron lograron un acabado casi perfecto, que parecía mármol gris pulido. Resbalaba como jabón y varios inquilinos comenzaban a dar quejas sobre tal situación al dueño del edificio. Cuando una mujer resbalaba y caía, "retrataba" a todos frente a ella.

Para la muchachada del 355 resultó ser el lugar ideal para desarrollar desde temprano en nuestras vidas unas destrezas motoras y coordinación neuro-muscular un poco fuera de lo común. Donde resbalábamos nosotros se caía un mono. Contribuyó en gran medida, al desarrollo de formas eficientes y efectivas del movimiento corporal, nuestro juego más preciado: ¡Zúmbate!

La diversión comenzaba tan pronto las primeras gotas de lluvia convertían el patio del zaguán, en una mezcla de pista de patinaje y surfeo. Al fondo quedaba una pared alta, por donde se deslizaba un torrente de agua en forma de cascada, proveniente de los techos en construcciones aledañas. Para los niños más pequeños, era solo cuestión de esperar sentados en un pedazo de cartón, el momento en que la corriente de agua fuese tan intensa que los arrastraba hacia la parte más emocionante, y peligrosa; los escalones en la entrada.
Los ya mayorcitos ingeniábamos ejecutorias acrobáticas cada vez más osadas. Nos deslizábamos de pie, de pecho o espaldas haciendo piruetas. La actividad llegó a convertirse por su peligrosidad en una especie de deporte extremo, en el cual a veces nos sorprendía la breve participación de alguno que otro adulto sin complejos.

Hipólito, el hijo del tendero Ramito, era uno de los muchachos recién llegados al barrio. La entonación de su voz parecía un jú jú y su pronunciación de la erre era típica de los "jíbaros de la isla". Al igual que ellos caminaba medio encorvado, sin apenas balancear los brazos, y pasos como si estuviera subiendo una escalera imaginaria. Nos simpatizó desde el principio y fue aceptado en el corillo del 355.

Aquel día tronaba como si los santos estuvieran jugando bolos en las nubes. Del cielo caían rayos y centellas. Hipólito temblaba de pies a cabeza y su piel parecia la de una gallina desplumada. Era el invitado especial de la ocasión. Tan pronto se destarrajó el primer aguacero comenzó el entrenamiento para el zúmbate. Impacientes esperamos, luego de las instrucciones de rigor, a que Hipólito lograra su primer deslizamiento.
- No me atrevo...
- no te va a pasar nada. ¡corre y tírate!
- ¿ Y si jrresbalo y me caigo? ¡Quedaré biroldo!
- Mantén el equilibrio. ¿No decías que en Morovis se tiran por las jaldas en tigüero? Si te caes te levantas y yá. Lo vuelves a intentar.
- No es lo mismo. Por jayá caes en la yerba. Esto es cemento.
- Hasta Elenita que es mujer lo hace.


Mi hermanita menor, a la primera oportunidad abandonaba sus muñecas de trapo y se nos unía para jugar. Era la única niñita en el edificio. Cuando mi madre la sorprendía se la llevaba, agarrándola por una oreja, de vuelta a "casa".
- ¿Qué tu te has creído? Eso es para los machos. El lugar de una jovencita está dentro de su casa; aprendiendo a cocinar, coser, lavar y planchar. ¡Ay Dios mío! Van a pensar que me saliste marimacho.

Hipólito permanecía tieso e inmóvil en el punto de partida. 
- ¿Y si me jrrompo un braso, o una pierna o...?
- ¿Piensas quedarte ahí como un pendejo toda la vida? ¡Decide de una vez por todas y zúmbate! Le gritábamos.

Agotada nuestra paciencia le sugerimos lo siguiente: Se acostaría con cuidado en el piso. Dos de nosotros lo sujetaríamos por los brazos, emprenderíamos una corta carrera para impulsarlo y luego soltarlo, para que se deslizara hasta llegar al final donde estaban los escalones. Otros dos muchachos se encargarían de detenerlo antes de que saltara sobre los escalones y terminara en la acera de la calle, que esa sí no estaba pulida.

No sé como sucedió. Quizás fue impulsado con demasiada fuerza. Quizás los "cacheadores" esperaron muy tarde para detenerlo. No sé, a lo mejor se les resbaló de entre sus manos, pero la cuestión es que Hipólito rebasó los dos escalones a una velocidad increíble y no solo siguió su viaje hasta la acera, si no que llegó hasta la cuneta de la calle. Cuando se levantó, horrorizados vimos sangre en su nariz y barbilla; la camisa rasgada mostrando su pecho ensangrentado. Los pantalones rotos, rodillas mondadas, en fin, estaba hecho todo un desastre. Lo incongruente era la expresión en su cara. ¡Irradiaba júbilo y orgullo.

Más sorprendidos quedamos al escuchar su primera mala palabra desde que lo conocimos. Y hasta pronunció la r "correctamente".
- ¡Coñooo ! ¡Lo logré! No me rompí ningún hueso. ¡Llegué más lejos que ustedes!!!

Los vecinos se lo llevaron a curar al cuarto de socorro. A nosotros nuestros padres nos prohibieron volver jamás a practicar el zúmbate. Semanas después, vimos con envidia, como un solitario Hipólito nos hacía "fiero", deslizándose con soltura y sin temor en el resbaladizo patio bajo un aguacero. El jibarito de Morovis había aprendido a patinar en la loza de San Juan.

Muchos fueron los jíbaros que continuaron llegando a Puerta de Tierra. "Amañándose" a su nuevo entorno. Sobreponiendo el temor y la indecisión de lanzarse al zúmbate en las jaldas de concreto, bajo fuertes e inclementes aguaceros de sufrimiento y adversidad. Buscando el equilibrio en la cuerda floja de la incertidumbre. Cayendo y levantándose una y mil veces. Destilando sueños en los alambiques de la esperanza allá abajo en los manglares. Esperanzados en recibir ese anhelado impulso, la oportunidad que a pesar de los contratiempos, el dolor y la amargura, sería el comienzo de una larga jornada hacia un modo de vida más digno.

Zumbarse. Y una vez alcanzada la meta poder gritar a los cuatro vientos:
¡Coño! ¡Lo logré!

Johnny Torres Rivera
abril, 2006

 

 

     


En el 2000 remodelaron el 355 y
recubrieron el piso del patio con
losas antiresbaladizas.


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