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Historia de Puerta de Tierra



Residencial Las Acacias II
Quincepisos. En 1975 se terminó su construcción. Demolición: 17 de diciembre de 2000.

El Éxodo

 

Por: Johnny Torres Rivera
 
  Cuando la barba de tu vecino veas pelar, pon la tuya a remojar.

Puerta de Tierra fue la cenicienta que soñó con ser princesa. De un humilde barrio obrero tuvo ínfulas de gran ciudad. Después de la Segunda Guerra Mundial Puerta de Tierra comenzó a experimentar un vertiginoso desarrollo socio-económico sin precedentes. Una nueva generación más educada egresaba de las escuelas y universidades. Los hijos de aquellos campesinos analfabetas que poblaron los arrabales y la calle San Agustín, ahora ponían todo su empeñado en desechar los harapos y cubrir al barrio con nuevas galas de progreso y prosperidad. Emergió una pujante y emprendedora clase media decidida a romper viejos esquemas instaurando nuevas pautas de convivencia y mutuo apoyo. Y hasta aquí entonces llegaron profesionales, comerciantes y grandes empresarios. Ricos y pobres, sin distinción de clases, "juntos y revueltos" comenzaron a forjar la gran bonanza económica y la estabilidad social. Todo aquel dispuesto a trabajar conseguía empleo. Se construyeron facilidades recreativas, hoteles de lujo, teatros, farmacias, supermercados, dispensarios médicos, rotativos, estaciones de televisión, muelles, bibliotecas, estación postal, banco... El futuro se vislumbraba brillante y prometedor.

Sin embargo, el barrio no estuvo exento a uno de los fenómenos sociales más determinantes en la historia de Puerto Rico. Es ampliamente reconocido que el proceso migratorio hacia Norteamérica, que comienza en la década del 1940. En ese sentido expresa Maldonado Denis (1987, p. xxiii): no ha habido, quizás, un acontecimiento histórico de mayor trascendencia para el destino de la nación puertorriqueña que el éxodo masivo de más de medio millón de puertorriqueños durante el periodo que sigue inmediatamente después de la segunda guerra mundial. El famoso informe Dorfman: March 1946 report by the U.S Tariff Commission—el llamado Dorfman report—indicaba que era necesario que un millón de puertorriqueños abandonaran la isla para lograr una economía con un crecimiento sostenido.

Los grandes flujos migratorios de los puertorriqueños comienzan tras el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. A esto aportaban la situación de precariedad económica en la isla, que fue el factor más determinante, y la disponibilidad de medio de transporte aéreo, producto del desarrollo de la aviación comercial con aviones excedentes de la Guerra. Muchas veces se podían conseguir pasajes a crédito. De ahí que se incorporara al refranero popular la frase de “vuele ahora y pague después”. (Sierra Berdecía (1956, p.10). Del 1ro de enero de 1945 al 31 de octubre de 1955 se trasladaron a los Estados Unidos 429,747 puertorriqueños, lo que representa casi un promedio anual de 40,000.  Para esa misma fecha comenzó a disminuir la población de Puerta de Tierra. Los que una vez llegaron del campo a la ciudad, en esta partían hacia "los niuyores".

Desde 1955, el Banco Gubernamental de Fomento había aprobado un préstamo para el primer condominio residencial en la Isla, el Condominio San Luis en Puerta de Tierra. Puerto Rico fue la primera jurisdicción bajo la bandera estadounidense que recurrió al concepto de condominios para resolver la necesidad de viviendas en las áreas metropolitanas densamente pobladas. Al igual que El Falansterio, construido en el 1937, el Condominio San Luis resultó todo un éxito. 

El auge en la economía local del barrio, permitió que muchos de los residentes en los apartamentos alquilados en Puerta de Tierra, obtuvieran la solvencia económica suficiente para adquirir sus casas propias. Al principio se desplazaron hacia las urbanizaciones Roosevelt y Puerto Nuevo. Luego se decía que "brincaban la bahía de San Juan" para poblar la Urbanización Levittown, en Toa Baja.

Entonces...todo el esfuerzo de superación de siglos se vino abajo en solo unos treinta años. El principio del final lo provocó la Guerra de Vietnam. La juventud regresaba de los campos de batalla con traumas emocionales difíciles de superar, buscando alivio a su enajenación en las drogas. La mayoría de ellos presentaban cuadros clínicos de sicosis que les impedía desenvolverse plenamente en el plano social.
 

El segundo golpe llegó con la mecanización y el traslado de la actividad marítima comercial a Isla Grande, al otro lado de la bahía. Los muelles eran la fuente principal que movía la economía del barrio. Se perdieron cientos de empleos secundarios. No obstante, los obreros relegados buscaban trabajar en lo que fuera y ganar lo suficiente para el sustento de sus hogares.

En la década del 70 se incrementó el paternalismo gubernamental. Los más beneficiados resultaron ser los residentes de los caseríos públicos. En el 1971 llegaron los "cupones". Resultaba entonces mas provechoso acogerse a los programas de ayudas sociales del gobierno que obtener un empleo incierto con un sueldo bajo. El aliciente de la búsqueda del progreso social y económico personal, que en un principio motivó  a los que se establecieron en el barrio, para muchos de sus habitantes quedó en un limbo. Y el barrio comenzó a ñangotarse.

En Santurce comenzaron a proliferar las cadenas de mega tiendas extranjeras y los grandes centros comerciales que estrangulaban al pequeño comerciante; con una competencia de tal magnitud que terminaba llevándolos a la quiebra. Las cifras del desempleo se dispararon abruptamente de forma alarmante.
 

 Historial de la población 

Año Población

1899 5,453
1910 10,836  98.7%
1920 15,716  45.0%
1930 11,936 −24.1%
1935 13,356  11.9%
1940 11,480 −14.0%
1950 9,114 −20.6%
1960 8,075 −11.4%
1970 6,143 −23.9%
1980 5,522 −10.1%
1990 5,366  −2.8%
2000   4,135  −22.9%

 

Como respuesta a la escasez de terrenos en el área metropolitana se comenzaron a construir, durante los 1970, proyectos de vivienda pública en estructuras multi pisos. Se pretendía ubicar en esas estructuras a la mayor cantidad de individuos en el mínimo de terreno posible y, además, asegurar áreas recreativas para los residentes. El edificio multipisos como tipo arquitectónico no funcionó para este sector de la población. El sentimiento de propiedad no se extendió a todas las unidades del edificio, sino que comenzaba y terminaba en el apartamento. El residente entendía que, como inquilino del gobierno, la responsabilidad del mantenimiento y el buen funcionamiento recaía únicamente en éste, y no se responsabilizó por mantener los predios del edificio en buen estado. Por otro lado, los lazos comunitarios existentes entre personas provenientes del mismo sector fueron obviados en la mayoría de los proyectos públicos.

La estocada mortal la recibió Puerta de Tierra con la construcción del "Condominio" Las Acacias. Algunos de los primeros inquilinos de este residencial público fueron naturales de Puerta de Tierra. Pero luego comenzaron a llegar individuos y familias ajenas a la idiosincracia del barrio. Junto a buenas familias, que sí las había, arribaron sicarios y delincuentes que allí plantaron bandera y tomaron posesión del lugar.  Estos últimos fueron desplazando a los de Puerta de Tierra residentes en el residencial, acosándolos de tal manera para que se mudaran a otros lugares. Los que permanecieron quedaron sujetos al código Omertá o ley del silencio. Luego los maleantes extendieron su radio de acción delictiva por todo el barrio.

Los robos, escalamientos y asaltos a mano armada se convirtieron en una pesadilla que los habitantes sufrían día tras día. Las guerras de las gangas por los puntos de drogas convirtieron las calles en tierra de nadie. Inocentes perdían la vida al encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado. El desempleo, el desasosiego, la inseguridad y todos los factores negativos del desorden social comenzaron a hacer mella en la integridad de los valores, las relaciones interpersonales y el comportamiento familiar. Aquel espíritu de colaboración y confraternidad que distinguió al barrio se desvanecía cada vez más día a día.
 

En la década de los 80, y ante la rampante ola de criminalidad comenzó un éxodo masivo de residentes y comerciantes. Según datos del Negociado del Censo Federal, la población se redujo de 29,760 en el 1950 a 7,963 en el año 2000. Puerta de Tierra agonizaba ante los embates del desorden social.  



Hoy Puerta de Tierra está estratificada. Al norte de la isleta observamos una extraordinaria actividad turística. Imponentes hoteles de lujo, hermosas playas y parques recreativos que brindan al visitante una experiencia caribeña única en su clase. La Avenida Constitución sirve de pasarela al desfile de bellezas arquitectónicas de antaño, que recordando su glorioso pasado miran hacia el sur con nostalgia; hacia una calle San Agustín mustia y sin vida, de edificios vacíos y abandonados, añorando lo que pudo ser y no fue. Al sur, como remanentes de una comunidad quedaron los caseríos públicos y sus introvertidos inquilinos. El barrio actualmente mas bien parece una égida, la mayoría de su población compuesta por individuos que sobrepasan los 60 años.

En la actualidad
(2007) se están llevando a cabo investigaciones y estudios con el propósito de desarrollar un plan de renovación y revitalización del barrio Puerta de Tierra, que ahora forma parte del área de la Isleta de San Juan conocida como San Juan Antiguo, para diferenciarla del Viejo San Juan. Hasta el nombre del barrio va cayendo en el olvido, pues ya se va llamando como "El Viejo San Juan" a todo el terreno de la Isleta, desde que se cruza el Puente Guillermo Esteves hasta la punta de El Morro. Para muchos, afirmar que alguna localidad está ubicada en Puerta de Tierra tiene connotaciones negativas, así que... a borrar el nombre del sector hasta de los mapas! A tenor con la Ley Número 43 del 30 de marzo de 2011, se designó y denominó el área donde ubica el edificio El Capitolio y demás estructuras que forman parte de la Asamblea Legislativa como el Distrito Capitolino, desde límite de la propiedad federal del Fuerte San Cristóbal hasta  la Calle General Estévez por donde queda la Guardia Nacional. Y un renovado sector de los muelles, al sur del Capitolio es actualmente Bahía Urbana, que queda ahora ubicada, por supuesto...en el Viejo San Juan.



Implosión de Las Acacias

"La implosión de Crisantemos II el 28 de julio de 1996, y de Las Acacias en el 2000, denuncia la urgencia de una reforma en la política de vivienda para la isla. Es preciso echar un vistazo a los programas utilizados a través del siglo XX; tomar de ellos lo que funcionó y descartar lo que no sirvió. La nueva Puerta de San Juan, que forma parte de un nuevo programa de diez años para la revitalización urbana de la capital, tiene proyectados - como parte del esquema - tres complejos de vivienda pública. Esperemos haber aprendido la lección". ( Luz María Rodríguez)

Reseña tomada de El Nuevo Día:
16 diciembre de 2000

Cuando mañana caigan desplomadas las paredes del residencial Las Acacias, en Puerta de Tierra, quedará en las mentes de quienes allí vivieron el agridulce sabor de sus 25 años de historia. Inaugurado en el 1975, con el objetivo de brindarles un hogar seguro a 252 familias de escasos recursos, el residencial ingresará a la lista de edificios destruidos por el Departamento de la Vivienda (DV). Veinticinco años después de su fundación y en un deterioro que se asegura no puede ser remediado, Las Acacias desaparecerá a un costo de $2 millones, en comparación a los $20 millones que costaría restaurarlo. 

Las dos altísimas torres color ocre se convirtieron en la década del 90 en la sede de violentos y constantes enfrentamientos entre la Policía y los narcotraficantes. Últimos testigos visibles de esos días son los agujeros de bala en las paredes, puertas y cristales del residencial. Los que vivían entonces en Las Acacias no olvidan la madrugada en que, por primera vez, las autoridades tomaron control del lugar. El día del operativo los residentes fueron despertados por el estruendo de los helicópteros, las firmes pisadas de cientos de efectivos de la Policía y el feroz ladrido de los perros que los acompañaron en el impresionante operativo. 

"Era de madrugada, yo me levanté por el ruido que hacían los helicópteros. Eran muchos… y muchos policías, carros y perros", relató Santiago Vázquez, de 45 años. Cuando la policía asumió control del lugar, "la gente aplaudió. Tú te cansas de acostarte a las 10:00 p.m. escuchando tiros. Es demasiado para los nervios", agregó Vázquez, quien vivió 17 años en el residencial. 

Los guardias prestaron vigilancia en el residencial durante casi seis meses, las 24 horas del día. Ese tiempo los ex residentes lo recuerdan como uno de "tranquilidad", comparado al que vivían previamente, cuando el fuego cruzado entre policías y narcotraficantes era tan común como el ir y venir de los barcos que diariamente parten y arriban a los muelles, que se ven por las ventanas del residencial. 

Hace dos meses, el Departamento de Vivienda culminó el traslado de quienes residían en Las Acacias. El secretario de Vivienda, Carlos González, indicó que 171 familias se ubicaron en otros residenciales públicos cercanos a su antiguo hogar, 3 se acogieron al Plan Ocho, 26 alquilaron una propiedad y 31 compraron casa. Para el comandante de área de San Juan, Adalberto Mercado, la mudanza de esta población resultó indirectamente beneficiosa porque ocasionó la merma de crímenes violentos en la zona de Puerta de Tierra. Esto debido a que quedó eliminado uno de los grandes escenarios de la lucha por el control de los puntos de venta de drogas. "Al cerrarse Las Acacias, ya tú no tienes esa competencia entre unos y otros. Las cosas se han calmado", sostuvo Mercado. 

Pero antes de que eso sucediera, la violencia que generó la droga estallaba en la comunidad casi a diario, cuando desde sus balcones y fuertemente armados, inquilinos del lugar la emprendían a tiros contra el cuartel de la Policía localizado frente al residencial. En más de una ocasión, varios guardias resultaron heridos en el intercambio de balas. 

Brenda Flores tiene 15 años. Pero el tiempo no ha podido borrar una horrible experiencia que marcó su vida. Tenía siete años cuando vio el cuerpo de su mejor amiga caer desde el piso 11 de su edificio. Luego de haber sido violada por un vecino del residencial, la niña fue arrojada por el balcón por su victimario y cayó muerta en medio de los dos edificios. "Cada vez que se formaba un tiroteo, mami nos levantaba para que nos acostáramos en el pasillo", recordó Brenda. 

Cuenta que, por fortuna, nunca se coló una bala por las ventanas de su casa. Pero ella y sus cuatro hermanas recuerdan bien cuando un casquillo quedó enterrado en el marco de la puerta, luego de destrozar una campanita de bronce que siempre colocaban como decoración navideña. Esa noche, como muchas otras, Brenda y sus hermanas llegaron amanecidas a la escuela. Para muchos, estas y otras historias hicieron de Las Acacias un indeseable y peligroso aposento, quizá el de peor reputación en el área metropolitana. A pesar de las tristes e inaguantables experiencias, Brenda siente que Las Acacias es su hogar y asegura que mañana, cuando sea demolido, llorará por no poder cumplir su plan de criar allí a los hijos y nietos que espera tener algún día. 

Por su parte, quienes inauguraron Las Acacias aceptan que en los últimos años la calidad de vida en el residencial iba en picada. Pero aseguraron que si la policía hubiera reforzado la vigilancia y el mantenimiento hubiera sido mejor, la historia sería muy distinta. 

"esto era un amor, al principio. No se permitían perros ni tirar basura. Había un policía en cada piso, pero empezaron a traer gente de otros sitios y empezó a dañarse todo", expresó Milagros Sánchez, quien fue presidenta de la junta de directores del residencial durante los pasados seis años. 

A diferencia de muchos que recuerdan Las Acacias como la sede de violentos tropiezos entre algunos residentes y la Policía, Milagros sonríe nostálgica cuando rememora las fiestas de Navidad, Acción de Gracias y despedida de Año que organizaba "para que la gente compartiera". "Allí había mucha gente buena, buenos vecinos. También hubo muchos muchachos que yo vi crecer y también morir, por las drogas", dijo con tristeza la líder comunitaria. 

Estén o no de acuerdo con la implosión, en lo que coinciden los ex residentes entrevistados por El Nuevo Día es en la nostalgia que les provoca pensar que, en siete segundos, los que fueron sus hogares se convertirán en restos de varillas y cemento. Desde su nuevo hogar en el residencial Puerta de Tierra, Vázquez se quejó de que Vivienda no le proveyera un hogar para impedidos, como le prometieron. "Es duro. Yo me caí aquí y nadie apareció para ayudarme, allá nunca me pasó eso", cuenta Vázquez, quien vivió 17 años en Las Acacias. 

"Por eso yo no cambio Las Acacias por nada. Los vecinos eran buenísimos. Tú llamabas para pedir un favor y aparecían cinco o seis personas para ayudarte", añadió. Brenda ahora vecina de Vázquez en el residencial Puerta de Tierra, afirma que ya tiene algunos amigos en el residencial y que se está acostumbrando. "Cuando me enteré de la implosión, yo decía 'este es mi sitio, no me quiero ir...' Pero ya no podemos hacer nada", dijo, a punto de echarse a llorar.
Camile Roldán Soto



La decisión de destruir Las Acacias mediante el método de implosión fue tomada por el Departamento de la Vivienda (DV) luego de determinar que el costo de remodelar los edificios ($20 millones) sería nueve veces más alto que el de su destrucción ($2 millones). Durante los últimos años, las averías en los elevadores, sistemas eléctricos y desagües, eran cosa de todos los días, según los antiguos residentes del lugar y el propio DV

La experiencia de HUD, tanto en Estados Unidos como en la isla, es que este tipo de desarrollo resulta en serios inconvenientes en las áreas de seguridad y mantenimiento de la estructura. Esto sin contar que el diseño de las viviendas no está a la par con el resto de las construcciones de la isleta de San Juan, en opinión de los expertos entrevistados. 

El presidente interino del Colegio de Ingenieros, Ricardo Solá, al señalar que es posible desarrollar viviendas de interés social de gran densidad, sin afectar la calidad de vida de los residentes, como ocurrió en el caso de Las Acacias. Ambos profesionales explicaron que, al ser edificios tan altos y al carecer de espacios abiertos, no fomentan entre los residentes un "sentido de pertenencia".