El gobierno del PPD hizo un esfuerzo por fomentar las
comunidades rurales. Con ese fin les repartía parcelas a los campesinos y
les daba pequeños préstamos para que contruyeran sus casas por ayuda
mutua. Mediante este sistema los campesinos se prestaban auxilio unos a
otros, gratuitamente, para levantar sus casitas en bloques de hormigón. A
la vez, el gobierno implantó un programa de electrificación rural para
toda la isla. Mientras tanto, la Autoridad de Acueductos llevaba agua
potable a todos los rincones del país.
Sin embargo, todo esto no bastó para
retener a los campesinos en el campo. La necesidad de conseguir empleo los
movía a mudarse a las ciudades, donde ya empezaban a surgir las fábricas
de la Compañía de Fomento Industrial. Hubo barrios que quedaron
prácticamente desiertos. Se creó un círculo vicioso, porque los
agricultores entonces no encontraban mano de obra para trabajar en sus
fincas. Esta situación desalentó aún más el cultivo de la tierra y,
por lo tanto, se produjo un mayor desempleo.
En resumen, después del 1945 cada vez
más puertorriqueños empezaron a residir en los centros urbanos. Unos se
mudaban del campo al pueblo, y otros se mudaban de los pequeños pueblos
hacia la capital. Entre 1940 y 1950, la población urbana aumentó en
cerca de un 60 por ciento.
Al poco tiempo ya la nueva población urbana tenía la aspiración de
hacerse de un carro y de una vivienda propia. Con la casa de urbanización
y el carro llegó un nuevo estilo de vida. El centro comercial reemplazó
las antiguas calles comerciales como lugar para hacer las compras. Los
anuncios de la televisión, los planes de crédito y los centros
comerciales contribuyeron a crear un afán por el consumo.
Si en una encuesta de opinión pública se le preguntara a una muestra representativa de puertorriqueños cómo está dividida la sociedad actual, la mayoría, tal vez, respondería que la nuestra es una sociedad dividida en tres grandes grupos o estratos, a los que la gente se refiere comúnmente como clases: alta, media y baja. En efecto, la idea de que este esquema describe adecuadamente las divisiones básicas del cuerpo social puertorriqueño, es generalizada.
Según esta concepción, las clases disfrutan en forma desigual de la riqueza material y de ciertos privilegios sociales. Se presume, naturalmente, que la clase alta, que sólo comprende una pequeña minoría de la población, tiene un acceso mayor a la riqueza social. En proporción inversa, la clase baja disfruta de una porción muy pequeña de la riqueza social, por lo cual vive en la pobreza, en muchos casos extrema.
A pesar de que muchos de los miembros del grupo con más ingresos desempeñan algún oficio o profesión, se cree que no tienen la estricta necesidad de hacerlo y que, por consiguiente, podrían vivir sin trabajar, si así quisieran.
En medio de estos dos estratos se presume la existencia de una clase media muy numerosa, trabajadora por definición, pero generalmente capaz de adquirir ciertas comodidades básicas y de obtener condiciones adecuadas de vivienda, educación, salud, alimentación y recreo. Dentro de esta clase hay grandes diferencias que van desde aquellos que viven muy holgadamente, hasta los que a duras penas pueden mantener una vida decorosa. Estos últimos se tambalean al borde de un precipicio social; se aferran a su estilo de vida y tratan de no "caer" en el estrato inferior ("volver atrás") en cualquier momento.
La
historia social puertorriqueña entre 1940 y 1970 se caracteriza, ante
todo, por la ampliación de los grupos cuyos valores, actitudes, y
orientaciones los identifican con la casi mítica clase media del
capitalismo moderno. Antes de palparse en Puerto Rico este fenómeno
social e ideológico, se había manifestado en Estados Unidos, en gran
parte de Europa, Japón y otros países industriales.
Esta clase media puertorriqueña se va conformando paulatinamente, hasta
adquirir su apariencia definitiva durante la década de 1960. Se forma en
el momento en que el crecimiento económico, promovido por Fomento
Industrial, se encuentra en su momento culminante. A pesar de provocar un
alza significativa en el ingreso promedio de los puertorriqueños, este
crecimiento no logra eliminar, ni mucho menos, la pobreza de la mayoría.
No obstante, la identidad de esta clase no se hace con base en una medida
objetiva como lo es el ingreso o la escolaridad, sino que se utiliza una
medida mucho más subjetiva: la valoración de sus creencias y temores.
Así lo señala en 1972 el sociólogo puertorriqueño Mariano Muñoz
Hernández:
Nuestra "clase media" es un grupo social formado en torno a una
constelación de imágenes que provee la sociedad de consumo;
ocupacionalmente se sitúa mayormente en los sectores de servicio, y está
altamente identificada con el presente sistema social, habiendo adoptado
una actitud conservadora hacia el cuerpo social, político y económico.
De la cita anterior se deducen los valores principales de esta clase
media: consumo abundante, casi obsesivo; fe en la educación como medio de
ascenso social; el optimismo económico, o sea, fe ciega en un
"progreso" vagamente definido; pánico ante el comunismo, y
profundo conservadurismo social.
En el caso de Puerto Rico, su modelo evidente es el de la clase media
suburbana de Estados Unidos, cuyos patrones de vida —reales o ficticios—
penetran a diario en los hogares puertorriqueños a través de la
televisión. De hecho, la presencia de ésta en los hogares
puertorriqueños se generaliza durante las décadas de 1950 y 1960 y se
convierte en punto de encuentro y reafirmación de aquéllos que en la
isla, al igual que en la metrópoli, se auto-denominan miembros de la
clase media.
A la sombra de la nueva economía industrial, se imprimieron en las mentes
de un gran número de puertorriqueños imágenes y valores
correspondientes a esta clase. La vía rápida hacia la clase media se
basaba en la educación post-secundaria; preferiblemente, en un título
universitario. Esto se consideraba como llave del ascenso social. Si los
padres no lo habían alcanzado, con más razón sus hijos tendrían que
obtenerlo para "ser alguien".
Por su parte, el consumo era objetivo y símbolo a la vez. Los bienes
materiales no eran apetecidos solamente por su utilidad o valor estético
sino también (o ante todo) por el mensaje que eran capaces de comunicar a
los demás. Eran símbolos de "haber llegado" a la clase media.
Las señales del éxito eran bien conocidas: casa nueva en una
urbanización, uno o dos autos en la marquesina, televisores, tocadiscos,
máquinas de lavar y secar ropa, unidades de acondicionadores de aire, en
fin, toda una gama de aparatos eléctricos importados.
A estas comodidades se sumaban los viajes de placer al exterior, las
compras habituales en supermercados y en las flamantes tiendas de los
centros comerciales que brotaban por doquier. A esto se añadían otros
patrones de consumo, los cuales eran realizables con base en el crédito
que les ofrecían los bancos y las financieras. Esta práctica, que
aparentaba ser generosa para todos, resultaba peligrosa para muchos.
Los argumentos anteriores sirven de base para sostener el hecho de que la
ampliación aparente de la clase media puertorriqueña no estuvo
fundamentada en una recuperación de la riqueza por la gente de ingresos
medios. Lo cierto es que, a pesar de la mayor capacidad de consumo que
poseían los sectores medios, Puerto Rico siguió siendo un país en el
cual la riqueza estaba muy mal distribuida.
Cabe la posibilidad de que la porción del ingreso del país devengada por
las familias más ricas y más pobres se haya reducido un poco, por lo que
aumentó, en consecuencia, la parte correspondiente a las familias de
recursos medianos y mediano-altos. Al menos eso es lo que sugieren los
datos del censo federal para el período que va desde 1959 hasta 1969. Sin
embargo, el verdadero significado de esos datos es que a la altura de
1969, en tanto 50% de las familias recibían apenas 15% del ingreso, el
diez por ciento de más alto nivel devengaban más de una tercera parte de
la renta total (36%). En definitiva, el ingreso seguía casi tan mal
distribuido como en las épocas del azúcar y del cafetal, sin que los
grupos intermedios se hubieran apropiado de una parte mucho más grande
que antes.
Todo lo anterior subraya la necesidad de analizar a la clase media
esencialmente como un fenómeno de mentalidades y valores, y no como un
resultado de cambios palpables en los patrones de riqueza e ingreso.
El capitalismo industrial multiplicó la variedad de empleos existentes
en el país. Del mismo modo, implantó nuevas formas de establecer
relaciones a través del mercado y la publicidad, e impuso conductas
empresariales novedosas. No es de extrañar que, en consecuencia, se
difundiera un estilo de consumo más agresivo así como una jerarquía de
valores que chocaba irremediablemente contra la de antes debido a su
énfasis en la acumulación de bienes de consumo. A fin de cuentas, quizá
tenga razón Cordón Lewis al decir que el cambio social más
significativo de este período fue la forma en que la mayoría de los
puertorriqueños, en especial los de ingresos medianos y altos,
internalizó lo que él llama folklore del capitalismo.
Puerto Rico
Una Historia Contemporánea
Sociedad y cultura en los albores del Estado Libre Asociado
Francisco Scarano
Puerto
Rico
Tierra Adentro y Mar Afuera
Historia y cultura de los puertorriqueños
Fernando Pico,Carme Rivera Izcoa
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